Perder el miedo a hacer el «ridículo».
Dejar la terrible manía de estar pendiente al qué dirán y a la mirada ajena.
Cumplir los anhelos de mi corazón aunque me muera del miedo.
Dejar de guiarme por el perfeccionismo.
Tener la certeza de que no hay nada de malo en fallar e intentarlo otra vez, y otra vez, y otra vez.
Confiar en que no existo en un vacío, que tengo seres dispuestos a acompañarme en el camino.
Accionar con un profundo sentido de cariño y amor.
Y así vivir, siempre.
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