Se acerca la pérdida de todos los años. La que anticipo mes tras mes, pero no deja de inundarme el pecho de ráfagas y preocupaciones.
Por eso te miro con detenimiento, queriendo guardarme los detalles de tu rostro y la dulzura de tu voz. Tratando de ganarle a la fragilidad del tiempo y de la memoria.
Observo tu lunar, tu piel madera, tus ojos brillosos y las canas que iluminan parte de tu rostro, y me cuestiono cuánto más pude haber aprovechado tu presencia. Como hubiese querido ignorar cada responsabilidad y mantenerme a tu lado, nutriendo las exigencias de la niña y la adolescente que me habitan. Y las de esta adulta que cada vez siente más hondo la tristeza.
Cómo hubiese querido ser quién de poder romper tus cargas y presiones para evitar lo años perdidos. Cómo hubiese dado hasta la posibilidad de mi existencia a cambio de que mami hubiera podido verte todas las noches sentado en el sofá de casa, tomando su café.
Pero la vida es imperfecta y no hay marcha atrás.
Ahora toca esperar y dejar que pasen los meses milenios, tecnoconectados, rogando que la vida no haga de las suyas y que regreses con bien.
Empezó el sison.
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