
Una profunda tristeza se me atravesó, justo en la boca del estómago. Me apretó el pecho y me lo hizo pedazos. A distancia, se podía ver el hueco en mi cuerpo. En carne viva, esperanza muerta.
Transité el camino a casa, tratando de desenredar los nudos de la garganta. Habitando el silencio estruendoso que me chillaba constantemente en los oídos.
Me lloraban las entrañas en fuego y ardor.
Y por dentro me repetía:
«Me arrancaron.
Me consta.
Me falta, tanto que me falta.»
Y cada vez me hacía más y más pequeña.
Diminuta, invisible ante sus ojos,
me fui con el viento hacia la tempestad.
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