
Ese martes, justo en la curva de la calle, me encontré con otro atardecer. Sus rojizos intensos me tomaron de la mano y nuevamente me hicieron espacio en la calidez de su hogar. En esta ocasión, me sirvieron el café y me invitaron a imaginar futuros. A pensarme más allá de la comodidad del presente. Los sueños que me acompañaban se enlistaron para concretizarse y vivirse, felices de existir.
Cerré los ojos y me vi. Sostenida siempre del amor de mis seres luz. Caminando la experiencia, sintiéndolo todo. Las olas arropando mis pies. Escuchando atenta la energía con la que se mueve el mar. Saboreando la salitre que el viento pasea por mi rostro. Llevando en mis bolsillos las bendiciones de mamá y papá, romero y azucenas para protegerme de todo mal. Llenándome. Agua de coco en el corazón.
En el futuro que auguro y construyo, soy afortunada de poder vivir en sensibilidad. De poder estremecerme con cada una de las tonalidades que el cielo me regala a diario. De poder disfrutar tanto de los sonidos como de los silencios. De poder edificar realidades de compasión y ternura. De poder moverme despacio o deprisa, así como lo amerite el momento. De poder expresar las fibras de mis emociones en páginas como ésta, donde ahora habitan cada una de estas palabras.
En el futuro que auguro y construyo, soy afortunada de permitirme estar, a flor de piel, con los brazos abiertos, lista para abrazar.
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